lunes, 16 de marzo de 2015

The Imitation Game. El triunfo de la barbarie

        
 
Cuando vemos en los informativos, a esas bestias del E.I. arrojando a homosexuales desde la azotea de un edificio de 12 plantas, nos horrorizamos, nos indignamos con total razón.
 
Pero, otra cosa es la legitimación de nuestra ira, de nuestro horror ante la barbarie frente al no ortodoxo.
 
El año 1954, una de las democracias más avanzadas del mundo, la británica, condenó a Alan Turing, creador de los conceptos que llevaron al nacimiento de las computadoras, y héroe de la lucha contra la barbarie nazi, a quien debemos, junto a otros, el adelanto del fin del III Reich en unos dos o tres años, merced a desbloquear la codificación de los mensajes encriptados que la Wehrmacht recibía por parte de sus mandos con órdenes militares, condenó por “indecencia grave y perversión sexual”.
 
La condena le dio dos opciones: o el ingreso en prisión, donde hubiera sufrido lo más graves abusos, o el sometimiento a una “castración química”, una suerte de sometimiento de la libido mediante ingesta de productos químicos. Las consecuencias de esta segunda, que fue la adoptada por Turing, fueron su grave deterioro físico y mental.
 
Una de las mentes más prodigiosas del pasado siglo, se vio obligada, por una convención social, a un sometimiento inaceptable, a una tortura en vida. Llegó un momento en el que no lo pudo soportar más, inyectó cianuro en una manzana, la mordió, y junto a esta fruta empezada encontraron su cadáver. Hay quien dice que el logotipo de Apple, con la manzana mordida, tiene origen en esta terrible historia. Es más que probable, y deberíamos recordarlo todos cada vez que encendamos alguno de sus cacharritos, a modo de modesto homenaje. Ojalá la marca de Cupertino fuera tan desinteresada como lo fue Turing con el bien de la Humanidad.
 
La adaptación al cine de su historia, centrada en el descifrado de la máquina Enigma y en su juventud (con una visión híper romántica de la misma, destinada a reforzar la imagen de genio incomprendido, a todos los niveles) se queda corta al describir el martirio que sufrió Turing, los últimos meses de su dolorosa existencia.
 
Del año 1954 a 2015, han pasado 61 años, que es casi una vida. Pero en la Historia de una nación, como la británica, o una Civilización como la occidental, es menos que un abrir y cerrar de ojos. Por ello, aunque legitimemos nuestro odio frente a los teocráticos, no debemos olvidar en qué fango estaban nuestros pies antes de ayer.
 
Sobre la película, diré que es correcta, en algunos tramos emocionante, pero un tanto rutinaria. Decir que Cumberbatch actúa bien, es subrayar que en un día soleado se ve mejor que en uno nublado. Además el papel parece escrito para él, y salvo la molesta Keira Knightley, nadie le estorba.
 
No pasará a la historia. Seguramente el año que viene no será ni un recuerdo. Pero cada vez que recordemos en Occidente que nuestra lengua franca es el inglés, y no el alemán o que nuestro vecino gay no nos va a violar en el parking de la comunidad, por el hecho de ser homosexual, mucho de esto se lo debemos al genio matemático, que murió fruto del odio y la intolerancia, como aquel chico cayendo de una azotea en el norte de Irak.