domingo, 1 de febrero de 2015

Doce monos, veinte años después

Antes de siquiera echar un vistazo a la nueva serie con el mismo nombre (y trama similar) me apetece hablar de esta película del inclasificable Monty Phyton, Terry Gilliam.
 
Gilliam, que nos sigue debiendo un Quijote, siempre ha hecho lo que le ha dado la gana y siempre ha encontrado quien le financiara.
 
El año 1995, y ya hace veinte años, esta película tuvo un éxito modesto, y sobre todo por el cartel que suponía Bruce Willis. Ese actor que, nos gusta más o menos, se ha implicado en productos como este sólo por el gusto de hacerlo. Las críticas tampoco fueron muy amables, pero veinte años después, si uno comprueba el IMDB, tiene un 8.1 sobre 10 para unos 387000 votos (tela). ¿Significa esto que es una película de culto? Que yo sepa, de culto son los templos, las películas se disfrutan, se convierten en clásicos y el tiempo les hace justicia. Y es el caso, como pasó con Fargo (otra que tiene una esplendorosa versión, no adaptación a la TV).
 
Pero, ¿de qué trata 12 monos? Bueno, es una película de amor disfrazada de Ciencia Ficción, una fábula tecnológica en la que, desde un presente ubicado en 1996 (un año antes de su estreno), llega James Cole un crono-nauta que, como no podía ser de otro modo, es internado en un manicomio, donde los medican para curarlo de sus delirios sobre viajes en el tiempo. Afirma venir de un futuro en el que un virus propagado por un autodenominado ejército de los 12 monos, ha acabado con la vida de los hombres sobre la tierra, y viven en un horrible mundo subterráneo, sometidos por un fascista sistema de control de la población, Los esclavos de este sistema sólo obtienen beneficios por los tecnócratas y científicos que gobiernan ese mundo, que son capaces de enviarlos al pasado en busca de una cura para la plaga.
 
 Cole conoce a la Doctora Railly, la bella Madeleine Stowe, que queda fascinada con sus alucinaciones. A tal punto, que se especializará en una nueva teoría psiquiátrica, basada en el mito de Casandra: esta condenado a conocer el futuro, pero no lograr que nadie lo crea.
 
La historia entre Cole y Railly, con saltos temporales incluidos, se torna en una suerte de intercambio de papeles, al más puro estilo cervantino, pues mientras Cole quiere creer que el futuro que conoce es evitable, la incrédula Railly se empieza a dar cuenta de que el loco del que se está enamorando, se encuentra en posesión de la verdad. Una terrible verdad, de la que no se puede escapar. Y sólo la búsqueda en el último momento de los inocentes ojos de un niño, compensan toda una tragedia.
 
La cinta es otro manifiesto de Gilliam de elogio de la locura, frente a un mundo opresivo y absurdo. Para él, los locos y los perdedores de este mundo poseen la auténtica grandeza y bellelza para explicarnos a nosotros mismos.
 
El último tramo de la película, sin duda lo más memorable, nos dejará unas impagables secuencias de homenaje indisimulado al amor imposible y trágico de "Vértigo" y un desenlace que no contaré, veinte años después por si algún incauto no vio en su momento este clásico instantáneo.
 
El abigarrado guión de esta película es de David Peoples, que tiene en su haber peliculillas tales como "Blade Runner" "Unforgiven" y está con los guiones de la actual serie de 12 monos.
Gilliam, que tiene en su carrera películas muy irregulares. "Brazil", "Twelve monkeys" o "The fisherman King" pertenecen a lo mejor, y del resto que juzgue cada cual.
 
Los actores principales, están soberbios. Incluido un histriónico Brad Pitt, cuando empezaba a labrarse una carrera estelar (hasta que se ligó a la Jolie, que lo cagó todo, como todo lo que toca). Para mí es el gran papel de Willis, en el que el director logró sacarlo del hieratismo en el que se enfundó con los años, olvidándose de los gloriosos años de "Moonlighting" o "Hudson
 Hawk". Creo que con los años se ha vuelto perezoso, pero espero que algún director rescate el talento que una vez tuvo.
 
 
Lo cierto, Cole, es que el tiempo ha jugado en tu favor, seguro que tú lo sabías, pero en el 95 nadie te creyó.
 
 Bueno, yo sí.
 
Y no fui el único
 

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